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Los cátaros

Cité épiscopale d’Albi

¿Quienes fueron los cátaros, cuya doctrina constituye para la Iglesia cristiana una grave amenaza hasta comienzos del siglo XIV? Esta herejía, probablemente proveniente de Oriente, sería un recuerdo de viaje traído por los cruzados dentro de una real preocupación por la reforma espiritual de una Iglesia que se consideraba entonces excesivamente vinculada con los asuntos de este mundo, y por la falta de una espiritualidad más profunda, como en épocas anteriores en las cuales el cristianismo se ocultaba en las catacumbas romanas.

El problema crucial para todos los que van a adherir a diversos movimientos que atraviesan esta herejía, es el mal que se encuentra en el universo, donde subsisten por todas partes personas corruptibles; se establece así la convicción de que existen dos mundos: el primero, visible y sensible, está corrompido por el Diablo, el otro, inmaterial, donde reina Dios.

En un comienzo próximos del monoteísmo, algunos heréticos creen en un solo dios; pero paulatinamente el dualismo va imponiéndose y dos principios rivales y absolutos coexisten, el dios del mal y el dios del bien, igualmente creadores y eternos, lo que vale a los cátaros recibir la etiqueta de maniqueos del tiempo presente, según la expresión del temible inquisidor Bernard Gui.

En cualquier caso, los cátaros rechazan el dogma de la Trinidad, en el que el Padre es de una esencia superior al Hijo y al Espíritu Santo; por el contrario, creen en la existencia de dos reinos, el del mal y el del bien.

El dios del mal crea el mundo y la tierra; encontrándola desierta, decide poblarla y para ello sube al cielo y logra seducir a una parte de los ángeles, a los cuales lleva hasta la tierra. Para retenerlos, les da cuerpo y mediante la diferenciación de sexos, les permite procrear. Así, la tierra poblada es enteramente obra de los príncipes del mal. El Dios de los judíos (Jehová) era para los cátaros mucho menos que Satán, por cuanto el Génesis nos enseña que él creo el mundo.

Todos los cátaros condenan a Abraham, Isaac, Jacob y Moisés cómo ministros del diablo; por el contrario, aceptan a Job, el salmista, los Sabios; pero la referencia principal sigue siendo para ellos el Evangelio según san Juan.

El mundo no tendrá fin, porque el juicio final ya se realizó; el infierno está en este mundo y en ningún otro lugar. Si bien Cristo fue enviado a los hombres por el “Dios Bueno”, no tuvo existencia corporal, sino una apariencia visible pero inmaterial.

Los cátaros rechazan por lo tanto la encarnación, la redención (término de Jesús para salvar a la humanidad) y la resurrección.

Por lo demás, demuestran aversión por la cruz, instrumento de suplicio y por lo tanto objeto de repulsión y en ningún caso de veneración. Rechazan así la señal de la cruz, lo que pasó a ser una indicación útil para los inquisidores cuando querían confundir a un sospechoso. En este contexto, el hombre sólo puede salvarse a través de una vida edificante y caritativa; se salva rompiendo con la tierra, después de haber recibido el único sacramento del rito cátaro, la “consolament” (consolación). Mediante este sacramento, el hombre deja mortalmente la tierra antes de que la muerte precipite su cuerpo a la disolución de la tumba.

Si el hombre no es “consolado”, vuelve sin cesar reencarnándose bajo otras apariencias carnales.

Los fieles cátaros forman dos grupos: los consolados, llamados también los perfectos o los hombres buenos, que forman la élite cátara y después, la gran mayoría, la multitud de creyentes que pueden recibir a su vez la consolación. Para hacerlo, el creyente debe someterse a un largo noviciado y una vez que ha logrado ser parte del círculo de los perfectos, la castidad pasa a ser para él una obligación absoluta, así como la práctica de un ascetismo alimentario riguroso (sin carne, leche ni huevos). Sólo están autorizados el vino, el pan, el aceite, las verduras y las frutas.

La consolación o bautizo cátaro era recibido por una doble imposición de manos y del Evangelio según san Juan, después de un período de ascesis y de consentimiento de la comunidad. El nuevo Perfecto recibía entonces un traje negro, abandonado en la época de las persecuciones por hacerlos demasiado notorios, y que fue reemplazado por un simple cordón que el Perfecto ponía en su camisa.

Le eficacia de la consolación reside en el perdón de las faltas. Si por alguna razón el Perfecto cometía un pecado mortal – homicidio, robo, juramento o pecado carnal – tenía la obligación de confesarse y recibir de parte del obispo cátaro una nueva imposición de manos.

Quien dice obispo dice diócesis. Se ve que el catarismo copia su propia jerarquía de la jerarquía de la Iglesia cristiana para mostrar que tiene la legitimidad, contrariamente a su rival, entregada al mal.

Languedoc, Carcassonne, Albi y Toulouse, en particular, tuvieron así sus obispos cátaros. Cada obispo es asistido de dos hijos (mayor y menor). Al morir un obispo, el hijo menor ordena obispo al mayor. La asamblea de los dignatarios designa entonces otro hijo menor, que el obispo ordena de inmediato. Dado que las persecuciones muy intensas en el siglo XIII los llevaron a la clandestinidad, el sistema jerárquico cátaro fue altamente perturbado hasta el punto de que pasó lentamente a quedar obsoleto.

Ultimo punto: los términos cátaros o albigense, que los inquisidores y después los historiadores han utilizado para designar a los adeptos a esta doctrina, no fueron jamás utilizados por sus miembros. Entre ellos se prefería hablar de “hombres buenos” o de “buenos cristianos”.

Si bien se puede formular fácilmente objeciones a sus creencias, su búsqueda de justicia y espiritualidad llaman al respeto, porque jamás utilizaron la fuerza ni la violencia para imponer sus puntos de vista. En cuando a las autoridades oficiales de la Iglesia, sólo recurrieron a la violencia (cruzada, inquisición) cuando la situación se hizo insostenible. Durante muchos años el desprecio o las predicaciones fueron la única respuesta frente a la herejía.

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1 (pp.43-44, Mémoires d’Albi, une ville à travers l’histoire. Georges Protet. Ediciones Grand Sud).


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