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10.El ladrillo foráneo

Cité épiscopale d’Albi

La profusión natural de arcilla en la cuenca del Tarn y del Garona hizo de la fabricación del ladrillo un lenguaje común a las ciudades languedocianas que se suceden a lo largo de los valles.

En el noroeste de la región, Montauban, Toulouse y sus alrededores adoptan la construcción con ladrillo. De acuerdo a la cocción, el color del ladrillo varía desde bastante claro en la región de Salvagnac, a casi fucsia en torno a Lavaur, Gaillac y Giroussens y pasa a ser rojo en Albi y Rabastens.

Desde el campanario de la catedral de Albi, las casas recubiertas de tejas canal ofrecen un espectáculo de auténtica epidermis. La Ciudad Episcopal de Albi presenta un conjunto excepcionalmente coherente, compuesto de fachadas con paramentos de ladrillo a veces enlucidos con cal. El uso del ladrillo en Albi corresponde a las condiciones geológicas locales y a la escasez de canteras de piedra.

En la época románica, sin embargo, se construía en Albi con piedra, como lo muestran la base del campanario norte y los muros laterales de Saint Salvi, sobre los cuales comenzó a edificarse la colegiata.

Rápidamente agotadas las canteras próximas, el costo del transporte para los yacimientos más alejados y las dificultades de todo orden relacionadas con la Guerra de los Cien Años, junto a la crisis de la sociedad feudal, explican el precoz abandono de la piedra, desde fines del siglo XII.

Después de las guerras era necesario construir rápidamente, con los materiales disponibles y de bajo precio. El arte de construir en ladrillo es por lo tanto, ante todo, el resultado de la búsqueda de un dispositivo ingenioso de construcción rápida, sólida y económica, que ofrecía comodidad para almacenarlo y mantenerlo en la obra misma en construcción.

Lo más rápido para construir eran los paños de madera: se montaba rápidamente la estructura de madera, que se llenaba con ladrillos. La arcilla era prensada y amasada con los pies o las manos. Después de volverla homogénea, era moldeada en marcos de madera, alisada a mano y después secada durante varias semanas antes de cocerla.

Algunos ladrillos todavía llevan las marcas de los dedos debido a su prensión antes de pasar al horno. Dado que los hornos eran grandes construcciones, la cocción de los ladrillos no era homogénea lo que se explica que se encuentre una paleta desde el tono rojo claro, rosado, beige-rosado hasta negro, para los más cocidos. Era esencial repartir bien los ladrillos de calidad diferente, para garantizar la correcta cohesión de los elementos estructurales. Es así como los mejores eran reservados para los adornos y las fachadas trabajadas.

El ladrillo es también un material muy estético por cuanto genera variaciones cromáticas según la luz y las estaciones del año. En Albi se empleó un módulo particular, que se denomina « ladrillo foráneo ». El término proviene quizás del hecho de que el ladrillo era cocido en un horno (four) y de mejor calidad que los ladrillos crudos, o bien por el hecho de que vendían esencialmente en las ferias (foires).

El ladrillo foráneo corresponde a un módulo armonioso y fácilmente manipulable (de 8 a 9 kg); además, sus dimensiones medias (5,5 x 22 x 37 cm) lo convierten en un módulo que se acerca a la proporción áurea o número de oro (aproximadamente 1,618), que corresponde a una búsqueda de equilibro entre las proporciones. El ladrillo foráneo tenía una superficie de sustentación muy importante que permitía montar albañilerías completas sin recurrir a ningún elemento de encadenamiento de piedra.

El uso del ladrillo estuvo vinculado con el espíritu del gótico, que valorizaba el pensamiento técnico y la estructura. La arquitectura gótica era una búsqueda dentro de la descomposición de las diferentes funciones técnicas, haciendo visibles los elementos soportantes como arcos, pilares o muros.

En los edificios religiosos, el triunfo del ladrillo se justifica plenamente porque va a la par con el carácter despejado y la simplicidad de las formas y volúmenes. La catedral Santa Cecilia es así la demostración ejemplar sobre el arte de construir con ladrillo.

La técnica de las juntas

El entramado era también una manera de cortar la estructura entre los elementos soportantes y el relleno. La calidad del material trabajado medieval ha permitido una epidermis de materiales aparentes con juntas que eran las apropiadas para la necesaria estanqueidad. Los morteros de esa época eran en general de buena calidad. La mezcla de materiales sólidos como grava, arena, guijarros del Tarn y cal aérea, adicionada con agua, permitía regularizar el espesor de las juntas y controlar la compactación producida por la carga progresiva que soportaba el edificio.

Con el paso de los años, las juntas mismas pasaron a ser un elemento de decoración, en bajo relieve o en relieve, según el efecto buscado. Es así como durante el período medieval se utilizaban juntas apretadas planas con la ayuda de la llana formando un achaflanado; que aportaban una terminación visual y un mejor soporte al edificio.

Durante el Renacimiento, en cambia, se observa una técnica de juntas en relieve particularmente elaborada, testimonio del cuidado prestado al montaje de los muros de ladrillo y que produce un efecto visual muy decorativo, según la inclinación de la luz. El empleo del ladrillo por sí solo no podía, evidentemente, ofrecer ricos elementos esculpidos y por lo tanto se impone naturalmente recurrir al gres y a la caliza para destacar los puntos importantes de la arquitectura, tales como encadenamientos de los ángulos, dinteles, relleno de los vanos, cordones de apoyo, etc.

Enlucidos y enjalbegados

Al ladrillo a la vista de la Edad Media se suceden enlucidos cuya intención es proteger la albañilería de la intemperie y también a veces trabajar el material con fines decorativos.

Fue sobre todo en el siglo XVIII que se desarrolló el arte de los enlucidos y los enjalbegados con cal.

La calle Mariès demuestra esa evolución, por cuanto presenta fachadas de albañilería con ladrillos foráneos de segunda selección, antes ocultos con los enlucidos, mientras que los ladrillos de mejor calidad quedaban a la vista en los encadenamientos de los ángulos o en los encuadres de las ventanas, dando la ilusión de una albañilería de gran calidad.

El siglo XIX devolvió al ladrillo su función decorativa, en armonía con las juntas, a menudo formadas por un mortero de fino tono rosado, y un enjalbegado muy ligero de agua de cal coloreada con polvo de ladrillo.

Actualmente, la decisión de restaurar y la sensibilidad de nuestra época tienden a privilegiar que se conserve el ladrillo a la vista, junto con el mantenimiento de una aplicación de enlucidos aplicados con llana tradicionales que aportan tonos armoniosos y equilibrados, característicos del paisaje de la Ciudad Episcopal.


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