
30.El tiempo de los albigenses: un gran siglo urbano (1190-1320)
Cité épiscopale d’Albi
El siglo más definitorio en la historia albigense es sin lugar a dudas el siglo XIII largo, que se inicia hacia 1190 y termina después de 1300. En el siglo XII nace una disidencia religiosa en las regiones de Toulouse y Albi, Carcassonne y Foix.
Los cronistas de la época medieval designan a sus adherentes con el nombre de « albigenses ». Esta denominación tradicional ha sido sustituida desde 1960 por la apelación « cátaros », vocablo genérico que oblitera el papel esencial que desempeñó la comarca albigense en la historia de los años 1130-1330.
La disidencia de los albigenses debe su existencia a la discordancia que se establece después de 1100 entre la Iglesia y la sociedad. La capacidad de leer se ha extendido entonces a algunos laicos en el medio aristocrático, pero también en las ciudades; en las élites se afirma además una forma de personalismo que se traduce en demandas espirituales nuevas. Se pide una religión con menos tutela y más capacidad para vivir, simple y acogedora, que se practique más sobre el compartir que sobre la autoridad. Además, está la preocupación por establecer un contacto directo con la Palabra de Dios.
Estas exigencias de los laicos amenazan la unidad de la fe y el poder de los clérigos, que las condenan; de ello resulta hacia 1140 una ruptura más marcada entre la disidencia y la institución eclesiástica.
En nombre del literalismo evangélico, los disidentes lo rechazan totalmente, así como la mediación obligada de los sacerdotes entre los fieles y Dios. Proclaman la inutilidad de los sacramentos, como el del culto a los muertos y a los santos. Los « hombres buenos » se califican como « buenos cristianos », indicando así que no tienen otra referencia que el Evangelio.
La disidencia encuentra en primer lugar sus raíces en un anticlericalismo generado por la reforma eclesiástica del siglo XI. Este surge como una protesta contra la clericalización promovida por esa reforma, que altera las tradiciones religiosas de la aristocracia (al instaurar el matrimonio indisoluble, privándola del patronato de las iglesias) y contraría las aspiraciones de la nueva clase laica (imponiendo la mediación de los clérigos en el conjunto de su vida espiritual).
A partir de 1160 la ruptura entre la Iglesia y la disidencia lleva a ésta hacia del dualismo. Influye sin duda una situación de vida difícil con persecuciones, la experiencia de una contradicción entre el evangelismo y el mundo, una oposición vivida entre el bien y el mal, que hace evolucionar la disidencia hacia un dualismo ontológico.
Esta evolución no hace sino radicalizar tendencias muy sensibles en el cristianismo de la época románica, que cultiva el desprecio por el mundo como fundamento de la elevación espiritual y concibe el universo como el escenario cerrado de un combate entre las fuerzas satánicas y los héroes de Dios.
El dualismo de los hombres buenos tiene relación también con el florecimiento de la lógica y de la dialéctica en las escuelas. Clérigos alimentados por las enseñanzas que se desarrollan en esas últimas elaboran la doctrina de la « escisión de lo universal ». Es el caso del monje Henri, contra el cual viene a predicar san Bernardo en las comarcas del Toulousain y del Albigense en 1145. A partir de esa época la disidencia parece tener adherentes en Albi, donde el legado que procede del abate de Clairvaux es muy mal recibido. Sin embargo, será en 1165, en una asamblea que tuvo lugar en el castrum de Lombers, a una quincena de kilómetros al sur de la ciudad, donde aparece el primer testimonio sobre los hombres buenos.
Albi y su región constituyen a partir de entonces uno de los epicentros de la contestación religiosa. A sus adherentes, cada uno de los cuales puede seguir el Evangelio allí donde vive mediante una disciplina personal, la religión de los hombres buenos les ofrece un acercamiento directo con la Palabra de Cristo, enunciada en occitano, y una prédica adaptada, así como una sociabilidad religiosa consistente en encuentros y ágapes fraternales.
Bien adaptada a las nuevas demandas espirituales, es una religión que rechaza la pasividad a la cual el ritual litúrgico condena a los fieles y que ofrece un acercamiento con Dios más directo y más personal.
La disidencia recluta a sus adherentes en las élites. Desde sus orígenes en el siglo XII hasta su fin, hacia 1330, las élites urbanas del saber y de la riqueza constituyen en Albi su principal efectivo; los creyentes en los hombres buenos se cuentan especialmente entre mercaderes, notarios y juristas. A su lado, miembros de la nobleza menor que residen en la ciudad y están a menudo vinculados por matrimonio con las familias de la nueva aristocracia.
Esta élite de nacimiento se inclina en gran medida hacia la disidencia porque conoce desde 1130 una grave crisis de sus ingresos y su fortuna, y se encuentra en una difícil situación de existencia. Además, los clérigos les disputan los diezmos que han recibido desde la fundación de las iglesias parroquiales. Eso lleva naturalmente hacia un clero desprendido de los bienes de este mundo y anunciando una Iglesia verdaderamente espiritual, que responde además a su demanda religiosa, cercana a la del patriciado burgués.
El aspecto elitista de la religión de los hombres buenos se expresa bien en sus características fundamentales, Se trata en efecto de una religión abstracta. El rechazo de todas las fiestas, de todo edificio litúrgico, de las imágenes y de los cantos, así como el rechazo al culto de santos y muertos, la convierten en una religión simple, en contraste con la religión popular que se aferra a lugares, a representaciones figuradas y a personas, así como a la pompa y a los misterios del ritual.
La disidencia religiosa se presenta por lo tanto como un hecho de una minoría. Nunca afectó a más del 5% de la población de las ciudades, y así ocurrió en Albi. Sin embargo, la elevada posición social de sus fieles la convierten en algo amenazante para los poderes establecidos.
La disidencia aparece, en último análisis, como una ofensiva de las élites para conquistar su autonomía religiosa, tal como se esfuerzan por ganar o preservar su independencia política (los burgueses urbanos buscan gobernar sus ciudades; la pequeña aristocracia defiende sus alodios contra los príncipes, condes de Toulouse o de Foix y vizcondes de Albi, Carcassonne y Béziers).
Evangélica en sus principios, la disidencia resulta de una violencia increíble en sus consecuencias. El fundamentalismo evangélico arruina en efecto a la Iglesia y a la sociedad feudal.
Prohíbe juzgar, en condiciones que el poder de justicia, el bando, constituye el núcleo central del poder señorial; prohíbe matar, en condiciones que la protección militar prestada por la caballería es su justificación; proscribe los vasallajes, nudo de todas las relaciones sociales en los siglos feudales.
Además, al rechazar a la Iglesia, cuestiona la instancia que regula la sociedad. En una época en la cual el poder se encuentra disperso en una multitud de celdas más o menos autónomas y concurrentes, la Iglesia, por su misma función religiosa, constituye la única institución cuya autoridad estabilizadora es reconocida en todas partes. Dado que la religión se demuestra coextensiva con la sociedad, forma la estructura que engloba y regula las relaciones y las conductas. Querer aniquilarla o simplemente reducir su papel es poner en cuestión todos los poderes establecidos, por lo demás explícitamente rechazados como del lado de Satán.
La disidencia resulta por lo tanto subversiva, en lo religioso y en lo social. Es lógico que se ejerza contra ella una represión rigurosa que adopta, en un primer momento, la forma de una cruzada. Ésta se dirige en primer lugar contra los dominios de Trencavel, vizconde de Albi, Carcassonne y Béziers, y es entonces, a partir de 1209, que las operaciones reciben el nombre de « cruzada contra los albigenses».
Esta expedición militar, que reúne a varios barones bajo la autoridad del papa, no causa ningún daño a Albi, a pesar de su nombre. La desaparición de Trencavel, señor directo de la ciudad, y el rechazo del conde de Toulouse al norte del Tarn después de 1229, permiten al obispo constituir la ciudad en señorío episcopal independiente.
A pesar de que una parte de la burguesía citadina ha sido ganada mucho antes por la disidencia, los albigenses apoyan esta usurpación porque encuentran en ella efectivamente grandes ventajas y, en particular, el derecho a administrarse por sí mismos, a través de los cónsules elegidos.
La cruzada sólo triunfa cuando deja de ser baronial y pasa a ser real, después de 1226. El manifiesto retroceso de la autoridad del papa es compensado a partir de 1233 por el establecimiento de la Inquisición, tribunal en materia de fe que depende exclusivamente del soberano pontífice. Esta temible justicia deroga entonces todos los derechos y franquicias, anula los privilegios urbanos hasta el punto que un inquisidor estuvo a punto de ser lanzado al Tarn en 1234.
El fracaso del levantamiento indica sin embargo que la población de Albi sigue fiel a la Iglesia en su gran mayoría. La Inquisición resulta ser bastante más eficaz que el ejército de los cruzados en la represión de la disidencia. Destruye las solidaridades: operando en cierto sentido como « golpes quirúrgicos », sólo cuestiona a algunas familias y a algunas personas, de las cuales las otras se desolidarizan por efecto del temor, sin duda, pero también (como lo han afirmado muchos antropólogos) porque la exclusión de los perturbadores refuerza la cohesión de los grupos adheridos a la ortodoxia y favorables a los poderes.
Sin embargo, además de la represión de la Inquisición, intervienen otros factores en el debilitamiento de la disidencia. En primer lugar, la instalación de la dominación de los Capetos en la región del Languedoc. La monarquía no podía tolerar la diversidad religiosa en la medida que la religión constituía el vínculo social esencial, y la Iglesia, la única estructura de ordenamiento de los súbditos del rey.
Así, sostiene la acción de los inquisidores. Además, la modificación de los marcos políticos en el Sur de Francia provoca el debilitamiento de la base social de la disidencia. La caballería de los burgos termina por ser eliminada en el siglo XIII por la evolución económica y la inflación, que disminuye sus ingresos. O pasa a ser parte del estado llano, o bien encuentra una salida en el acceso a los oficios reales y a los beneficios eclesiásticos.
Es así como después de 1290, atraídos por la paga, llegan a la vida de Gascoña muchos más caballeros de lo necesario. Los ciudadanos de las capas más altas se unen a la monarquía, que les ofrece perspectivas de promoción social por cuanto tiene necesidad de especialistas en derecho, escritura y finanzas.
Las élites abandonan por lo tanto progresivamente la obediencia a los hombres buenos, más aún porque la Iglesia realiza un aggiornamento importante. En el siglo XIII se produce una revolución pastoral: por una parte, las nuevas órdenes, mendicantes, aportan una respuesta apropiada a las demandas espirituales que fueron parcialmente responsables del surgimiento de la disidencia. Por otra parte, la vida parroquial se transforma y se multiplican las cofradías, abriendo un marco a la piedad de los fieles. Revolución silenciosa, pero fundamental.
Sin embargo, en Albi la represión de la Inquisición alimentó durante mucho tiempo la disidencia, que se prolongó hasta aproximadamente 1300. Después de 1250, las élites albigenses deseaban ampliar las prerrogativas del consulado, y sus intereses se oponen entonces a los de su obispo y señor.
Bernard de Combret inicia en ese momento la construcción de un imponente castillo destinado a protegerse de las revueltas de sus gobernados. Las tensiones entre los albigenses y su obispo aumentan después de 1277 cuando asciende al sillón episcopal Bernard de Castanet, prelado riguroso y celoso defensor del magisterio de la Iglesia y de su poder temporal. Se asocian entonces oposiciones políticas y religiosas para generar en la ciudad una aguda recrudescencia del catarismo, algo adormecido entonces, y que se extinguirá definitivamente en Albi después de este último episodio.
En efecto, contra sus adversarios políticos, comprometidos con la herejía, Bernard de Castanet recurre a la Inquisición, la que pondrá en los calabozos de Carcassonne a una treintena de ellos. Después decide dar una respuesta monumental aplastante a sus enemigos, y reúne en una Ciudad Episcopal magistral dos construcciones gemelas, la Berbie, el castillo cuya edificación continúa, y una nueva catedral, de la cual inaugura las obras.
Estos monumentos, formidables por su volumen, austeridad y fuerza, pasan a ser entonces y para siempre los puntos fundamentales del paisaje urbano. En las cercanías se instala hacia 1320 otra iglesia, la del priorato de Fargues, fundado por el obispo Béraud, sobrino de Clemente V. Después de los primeros tiempos de la cruzada contra los albigenses, Simon de Montfort ha separado de Albi su núcleo original, el Castelviel, para confiarlo a su hermano, señor de Castres. Este barrio de la ciudad forma entonces una comunidad distinta del resto de Albi, lo que fosiliza su estructura y su denominación.
En la segunda mitad del siglo XIII el desarrollo continuo de la población da origen a suburbios en Ronel, Vigan y Verdusse. Las órdenes mendicantes instalan sus conventos fuera de las murallas, donde el terreno sigue disponible a precios bastante bajos. Los rastros de este segundo elemento importante del urbanismo albigense en el siglo XIII desaparecieron por completo con la Revolución Francesa.
En los años 1320-1340 avanza la construcción de la catedral y la ciudad aumenta considerablemente su población. Las calles son estrechas, la densidad general de la edificación es importante a pesar de algunos jardines y huertos que salpican con toques de verdor las murallas. « La Plaza » constituye el centro de la vida citadina y parece haber surgido originalmente de la instalación espontánea del lugar de intercambios en un espacio libre, en contacto con los tres grandes conjuntos urbanos: el núcleo antiguo de la ciudad, el burgo y los barrios más recientes.
También se ubica en el corazón religioso de Albi, entre la catedral Santa Cecilia y la colegiata Saint-Salvi, cerca de la Berbie, donde se asienta la corte temporal del obispo, y de la corte del rey: focaliza así también la vida política de la ciudad. Pero si bien la plaza es el centro esencial de la sociabilidad albigense, es ante todo porque es el lugar privilegiado de los intercambios. La rodean espacios cubiertos que se prolongan en las calles de los barrios adyacentes (por desgracia, después desaparecidos en los siglos ulteriores). Además, en su centro se levanta « la Pila », edificio donde se encuentran los cuezos que sirven para medir los granos y los líquidos. Sus dimensiones reducidas no permiten acoger grandes reuniones, las que tienen lugar en los sitios feriales situados fuera de las puertas de la ciudad, en Vigan o bien en Castelviel. Del mismo modo, el artesanado « pesado » es transferido extra muros. Fábricas de tejas y ladrillos ocupan vastos espacios en el barrio al cual le dan su nombre (la Teularia), en el Bout-du-Pont. Lo mismo ocurre con las empresas que trabajan la madera, concentradas en la misma zona, en la Fustaria. Los tendederos destinados a estilar los paños de lana después del prensado, se levantan en Prat Graussals, en la ribera norte del Tarn, o bien en la puerta de la Trébalhe.
Las actividades que consumen agua como tintorerías o curtiembres, se localizan antes del puente o bien en el riachuelo de Verdusse. A orillas del Tarn se encuentran también numerosos molinos de cereales, batanes y molinos para forjar metales con martinetes. El río también cuenta con molis navencs, molinos en el agua instalados sobre barcas.
(Leyenda ilustración 150: Summa auctoritatum contra manicheos. – [Albi ?: fines del siglo XII - comienzos del XIII] Los documentos originales relativos a la disidencia « albigense » son extraordinariamente escasos.)