
El Juicio Final
Cité épiscopale d’Albi
El Juicio Final de mayor tamaño de la Edad Media, el de Santa Cecilia, revela parentesco estilístico con la pintura italiana y flamenca de esa época.
Louis de Amboise inició el recubrimiento de los muros interiores de Santa Cecilia eligiendo una nueva decoración pintada de 300 metros cuadrados. Esta gran obra perdió su parte central, que fue destruida a fines del siglo XVII: allí se veía sin duda a Cristo Juez y al arcángel san Miguel, pesador de almas.
En el registro mediano, ángeles tocan trompetas anunciando la Resurrección y el Juicio. Los muertos salen de sus sepulturas.
La composición marca nítidamente la ruptura entre Cristo y los réprobos, separados por un cielo verdoso y lúgubre. Unos y otros llevan en el cuello el libro de sus buenas y malas acciones; esto indica que cada uno será juzgado de acuerdo al balance de sus obras terrenales y que la Gracia no es suficiente para asegurar la Salvación.
El infierno, colocado en sitios subterráneos, alejados de Dios, aparece como el mundo de la desesperanza. El desorden, el caos, constituyen su estructura fundamental; allí imperan el bullicio, la promiscuidad, el desorden, olores fétidos y nauseabundos, el estrépito. Los monstruos proliferan, demonios horribles provistos de patas con garras y de carnes blandas que provocan repulsión y miedo. Algunos presentan cabezas de macho cabrío, animal pestilente y diabólico que simboliza la lujuria.
Inmenso jardín de los suplicios, el infierno es ante todo un horno: líneas de color muestran la omnipresencia del fuego, que quema a los condenados sin consumirlos. Otros castigos reproducen los de este mundo: la rueda, la inmersión en agua, el empalamiento, la ingestión forzada, la cocción en marmitas gigantes.
En este mundo de terror, el sufrimiento físico (bocas patéticas que profieren gritos de horror) se acompaña del sufrimiento moral, porque la estancia en el infierno implica la pena de la condenación, la separación eterna con Dios.
El infierno se organiza en siete compartimientos, al igual que los pecados capitales. El primero a la izquierda, en el sentido normal de la lectura, corresponde al orgullo, a la presunción que llevó a Adán y Eva a comer el fruto del árbol de la Ciencia y que los hizo caer en la lujuria, cuyo castigo figura en el extremo izquierdo.
Entre ambos, se ven sucesivamente las penas que caen sobre los envidiosos, los coléricos, los avaros y los glotones; los perezosos y su castigo desaparecieron en el siglo XVII.