
El costo de la construcción
Cité épiscopale d’Albi
La renovación de la decoración pintada de la catedral de Albi exigió grandes medios financieros. No se han conservado las cuentas de esa empresa.
Por falta de datos suficientes, no se puede ni siquiera evaluar su importe acercándolo a los de obras idénticas.
Basta sin embargo considerar la extensión de las superficies por cubrir y su situación (las bóvedas tienen 32 metros de altura) para entender la necesidad de recurrir a muchos especialistas con experiencia, capaces de pintar en posiciones acrobáticas motivos que, vistos desde el suelo, produzcan un efecto armonioso.
Es seguro que fueron necesarios maestros para los esbozos, para fijar los grandes conjuntos y tratar las partes nobles (rostros, manos, ropajes). También se requerían artesanos hábiles, rápidos pero precisos, para realizar elementos ornamentales producidos de manera repetitiva. Por último, se requerían ayudantes para desplazar las escalas, levantar las plataformas, mezclar los colores e incluso extenderlos en las partes uniformes (el fondo azul, por ejemplo).
El mantenimiento de los talleres y el pago de los salarios implicaron, de seguro, movilizar sumas importantes, a pesar de que el trabajo artístico a fines de la Edad Media seguía siendo particularmente subestimado.
Adquirir los materiales necesarios para los pintores implicó también recursos nada despreciables. En lo que se refiere al color azul, la base es un carbonato de cobre, la azurita, que se encuentra abundante en Chessy, en la comarca del Lyonnais.
La malaquita, que permite preparar los verdes, es menos abundante y las zonas de producción más importantes son Siberia y el Congo. La lejanía de los puntos de extracción aumenta considerablemente su precio. Los numerosos realces con hojas de oro implicaron también gastos elevados, a los que se añade la cola, la resina, la cera, etc. Una construcción de estas dimensiones tuvo que tener como promotores a personajes con medios abundantes. Que fue el caso de los obispos de Albi.
No resulta fácil evaluar los ingresos del obispado de Albi en los siglos XIV y XV, pero si se considera la lista de sus titulares se puede concluir que eran satisfactorios. A partir de 1308 se suceden en la sede del palacio episcopal los sobrinos de los papas de Avignon; después, cuando el rey lo dispone, los hijos de familias cercanas al trono. Después del Cardenal Jouffroy (1462-1473), serán los Amboise, los Robertet, los Gouffier, el cardenal Duprat, los Lorraine y más tarde, en tiempos de las reinas Médicis, florentinos como Strozzi, Medici y Del Bene.
La riqueza del obispado es el resultado de la política de los obispos del siglo XIII y en particular de Bernard de Castanet (1267-1308): éste obtiene de los laicos la restitución de todos los diezmos que todavía detentan.
En el Mediodía tolosano, efectivamente, la pequeña nobleza mantuvo mucho tiempo la disposición de los diezmos que correspondían a las iglesias que fundaban, cuyo mantenimiento tenían a cargo, así como los gastos del culto. Este ingreso salvaguardaba su status social, del cual no quieren desprenderse. Pero la cruzada de Montfort y después la devolución del condado de Toulouse a los Capetos modificaron profundamente los parámetros políticos.
En 1271 el rey Felipe el Audaz pasó a ser conde. En este contexto favorable, Bernard de Castanet exige que se entreguen los diezmos a la Iglesia. Esta política da sus frutos y aumentó los ingresos episcopales. De las 488 iglesias de su diócesis, Bernard de Castanet patrocina 265, en las cuales se atribuye dos tercios de los diezmos. De este modo, el obispado de Albi pasa a ser dentro de las provincias de Bourges y de Narbonne el que obtiene la más alta proporción de los ingresos eclesiásticos en su diócesis, es decir, el 25%.
A fines del siglo XIII, el obispado de Albi es más rico que el de París y casi tan rico como el del Chartres.
Aunque Juan XXII divide la diócesis en 1317 y crea al sur del Dadou la de Castres, la división deja a Albi tres cuartas partes de las parroquias, y el obispado albigense sigue siendo uno de los más pudientes de Francia hasta la Revolución Francesa. Los obispos de Albi y los canónigos de la catedral poseen por lo tanto, sin duda alguna, una gran capacidad financiera.
Esta se refuerza más aún a fines del siglo XV, porque los campos vuelven a poblarse y la agricultura se reconstruye después de 1450. Además, se desarrollan nuevos cultivos como el azafrán y el pastel (Isatis tinctorea, planta utilizada para teñir).
La prosperidad agrícola aumenta la productividad de los diezmos y permite a los obispos promover obras fastuosas en su catedral y en sus residencias. Esta política comienza con Jean Jouffroy en la capilla de la Sainte Croix, la que hace adornar para recibir su sepultura.
Pero el verdadero iniciador es Louis I de Amboise; se prolonga con su sobrino Louis II y después con los Robertet, los Gouffier y el cardenal Duprat. Los Robertet hacen completar la decoración pintada de Santa Cecilia y aportan a la catedral además una entrada suntuosa.
1 Texto extraído de la obra Sainte Cécile de Albi, Jean Louis Biget - Michel Escourbiac, p.158